Poco y bueno

Tengo un concepto muy elemental de la amistad: si alguien me cae bien es mi amigo, si no, no. Pero para que me caiga bien quizá no sea tan sencillo; tiene que haber algo en común, ya sea un mismo sentido del humor, de la responsabilidad, unos intereses compartidos o algo que llamo comunidad espiritual, que ahora no sabría explicar muy bien, pero que tiene que ver con que una persona tenga el mismo papel en el mundo que tú más allá de las circunstancias individuales. En el caso de las chicas también influye el grado de belleza (lo siento, soy un esteta, aunque mi idea de belleza no es muy canónica). No soy, por otra parte, de los que están muy encima de las amistades, a lo que ha contribuido en buena parte que mis amigos sean personas bastante independientes. Por supuesto, de los que no me caen bien, paso, me limito a cumplir las elementales reglas de cortesía.
Todo esto me ha llevado a un reducido pero apreciado grupito de gente con la que me gusta quedar y que nos vemos menos de lo que todos querríamos, pero son ratos que merecen mucho la pena. Eso lo valoro mucho, porque cuando estoy con gente que no me mola empiezo a pensar en qué necesidad tengo de estar ahí, en lo a gusto que estaría en casa leyendo lo que sea o viendo algo.

Pues resulta que no logro quitarme de encima (¡yo!) a una pesadita. Es una chica que vino de erasmus a Madrid hace un par de años. A través de un "proyecto interuniversitario" en el que participaban nuestros respectivos departamentos, nos mandó un email a los madrileños desde su ciudad pidiendo algo de información sobre cómo conseguir piso y tal. Yo, más por ociosidad que por educación, le mandé las señas de un piso, que resultó ser su primer alojamiento en Madrid. Desde entonces me trata como a una especie de amigo. Pero a mí no me cae bien y no muevo un dedo para que piense otra cosa. Creo que es sobre todo porque es de esas personas a las que aparentemente le cae bien todo el mundo, de modo que cuando te invita a tomar algo te ves rodeado de un grupo de gente escogida sin criterio, en el que, en el mejor de los casos, puede haber una o dos personas con las que mantener una conversación agradable, pero que están tan espantadas como yo, y que, como yo, solo piensan en largarse de allí cuanto antes. Además, sé que queda conmigo más que nada por hablar en español.

Pues resulta (otra vez) que la muchacha llega dentro de unos días a Madrid para pasar dos semanas y malditas sean las ganas que tengo yo de verla, pero será inevitable. Podría decirle que no estaré en la ciudad, pero no lo haré; canta demasiado y tampoco quiero quedar como un puto borde gilipollas.

Os cuento todo este rollo, niños, para que tengáis en cuenta que es muy importante seleccionar bien las amistades, quedarse con los teléfonos de aquellos que, por la razón que sea, nos agradan, y borrar el resto.
Que ya no tenemos edad de aguantar chorradas, hombre, que no estamos en el instituto.